El Viaje:
Hay una cosa que me ha quedado muy clara durante las primeras horas del viaje: preocuparse es estúpido e inútil. Días de nervios y comeduras de cabeza para conseguir no dormir apenas la noche previa a la salida. Al final, todas las preocupaciones han sido infundadas y todo ha salido rodado: En el aeropuerto de Barcelona, una amable chica nos ha colado delante de una interminable cola en el mostrador de facturación, el temido control aduanero de USA ha quedado en 20 minutos de cola y un amable agente (si, no es coña, amable) que nos ha puesto el sello en el pasaporte sin mayor problema, las maletas, a la primera, las dos bien juntitas, el coche de alquiler, pues hemos pagado un compacto y el chico del parking nos ha dado un Mid-Size por la cara (it's OK for you, guys), el cambio automático del coche, aparte de unos cuantos tirones en el aparcamiento del aeropuerto, sin mayores problemas, es como llevar un coche en el Gran Turismo. Lo dicho, preocuparse antes de tiempo es una tontería, los problemas hay que solucionarlos cuando se presentan (si lo hacen) no antes.
Chicago:
La primera impresión, según uno se va acercando es de "vaya pedazo de ciudad en la que nos estamos metiendo", pero al adentrarse, te das cuenta de que pese a los gigantescos rascacielos, es una ciudad hecha en una escala muy humana. Es mil veces peor conducir por Barcelona que por Chicago. Las avenidas son anchas, hay grandes parques y zonas peatonales y sobretodo, es una ciudad bonita, lo primero que hicimos pese a estar reventados tras catorce horas de viaje, fue salir a caminar.
Bajamos por la Magnificient Mile, una calle donde se concentran las mas exclusivas (y caras) tiendas, y donde se empieza a apreciar la arquitectura de los rascacielos típica de Chicago. Luego nos acercamos a la orilla del Lago Míchigan, para disfrutar de un paseo por el Navy Pier, una gran zona de ocio construida sobre un espigón que se adentra en el lago, con una gran noria, atracciones, circo, conciertos, bares... Como una gran feria permanente para toda la familia.
Para volver, encontramos sin querer un paseo que discurre paralelo al Chicago River, con pequeños cafés, gente haciendo footing, barquitas que se adentran en la ciudad... todo muy idílico. Nos gustaron mucho también los puentes levadizos que cruzan el río, hechos de hierro, y muchos de ellos con tráfico en dos niveles diferentes. Virguerías de la ingeniería, vamos. Igual que el hecho de poner el Metro de la ciudad elevado sobre las calles en lugar de sepultarlo por debajo.
Día 2: Bajo el sol de Chicago La llaman la ciudad del viento, y es verdad. No te puedes librar de una brisa polar que te refresca continuamente... |