Las rectas son interminables, igual que las distancias entre un pueblo y otro. Las sorpresas en el camino son constantes, reliquias de un pasado próspero al que las gentes de aquí se aferran para no caer en el olvido.
En el pequeño pueblo de Dwight, hemos tenido la primera visión del vecindario-tipo Americano. Casas de madera rodeadas de césped, mecedora en el porche, parcelas sin vallar, la ranchera aparcada frente al garaje y las barras y estrellas ondeando en el jardín. Todo el que viaja a Estados Unidos suelta el topicazo de "es como en las películas", pero es que es verdad, esta gente vive así. Los autobuses escolares son como el de Los Simpson, los camiones son enormes, los trenes interminables y nadie sabe lo que es un bidé.
En el mismo Dwight nos hemos encontrado con un veterano motero que nos ha contado que hizo la Ruta 66 hace 60 años, con sus padres, y que ahora se ha propuesto volver a hacerla solo. Por lo general, toda la gente que hemos conocido hasta ahora es muy amable, todos se interesan por saber de donde venimos y nos desean mucha suerte en el viaje. Nosotros también se la hemos deseado a él, quien sabe si nos volveremos a encontrar.
Enfrente de la cafetería-mural gigante que aparece en la foto de arriba, había una vieja estación de servicio Texaco, reconvertida en tienda-museo de artículos relacionados con la Ruta. Un sitio "nice and cool", según el propietario, que nos ha invitado a firmar en el libro de visitas, y nos ha explicado que estuvo en Barcelona hace 50 años, cuando servía en la marina de los Estados Unidos.
No es la única estación de servicio de este tipo que nos encontraremos, la Ruta 66 está plagada de esta especie de santuarios. De hecho, un poco mas adelante había otra muy parecida, solo que ésta era originaria del año 29 y la dependienta no nos ha dado conversación hasta que le hemos comprado varios souvenirs.
En Pontiac hemos tenido el primer contacto con las auténticas hamburguesas Americanas. Ha sido en Old Long Cabin, un restaurante tan antiguo como la misma Ruta 66, donde hemos podido sufrir en nuestras carnes el impacto de una bomba de calorías en forma de Double Bacon Cheeseburguer. La verdad es que estaban de muerte, no como los cakes que nos hemos comido de postre, consistentes en bizcocho nadando en melmelada de albaricoque.
Y para acabar el intinerario, de camino al hotel, qué mejor que investigar los tramos abandonados de la ruta, que van apareciendo y desapareciendo a izquierda y derecha. La verdad es que hoy nos hemos pasado de exhaustivos, siguiendo la guía a rajatabla y parando en casi todos los lugares recomendados. Resultado: hemos tardado 9 horas en hacer unos 300 Km. Está claro que si mañana queremos disfrutar de St. Louis y del Mississipi, habrá que ser mas selectivos. Si no, acabaremos reventados.
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