En este museo se encuentran aviones y objetos que son auténticos hitos en la historia de la aviación y la exploración espacial. Por ejemplo: la primera máquina voladora a motor, el Flyer I de los hermanos Wright; el Spirit of St. Louis, el primer avión que cruzó el atlántico en 1927; los trajes espaciales de John Glenn y Yuri Gagarin, el módulo del Apolo 11 que trajo de vuelta a Amstrong, Aldrin y Collins tras ser los primeros hombres en ir a la luna...
Pero hay mucho más. Del techo de este museo cuelgan ejemplos de la aviación comercial, militar y científica de todas las épocas, se puede entrar en la cabina de un Boeing 747, en sendas reproducciones del interior del Skylab y de una lanzadera espacial para ver cómo viven los astronautas, hay exposiciones sobre los planetas del sistema solar, la observación del universo, las misiones lunares...
Pero sin duda, el frikazo que llevo dentro se ha emocionado hasta la médula con la maqueta original de la nave Enterprise, la que se usaba en la serie Star Trek de los años 60. Total, que al final ha sido el único museo que nos ha dado tiempo de ver, porque había tantas cosas interesantes que se nos ha comido toda la mañana y parte de la tarde.
Tras el museo, hemos caminado hasta el Capitolio para verlo por fuera (para entrar hay que reservar con antelación). De nuevo nos han engañado con las distancias. Parece que esté ahí mismo, pero es tan grande que hay que caminar media hora para llegar. El edificio y las vistas sobre el National Mall no están mal, aunque creo que nos valió más la pena la caminata de ayer para ver el Lincoln Memorial y la Reflecting Pool.
Detrás del Capitolio (bueno, en realidad es delante) está la Biblioteca del Congreso, que aparte de ser una de las mayores bibliotecas del mundo en cuanto al volumen de ejemplares, es un bellísimo edificio al que vale la pena entrar, aunque solo sea para observar la decoración y el impresionante salón central de lectura. Además se conserva una de las pocas bíblias de Gutenberg que quedan en el mundo.
Tras esto los museos ya estaban cerrando, así que hemos aprovechado que es verano y estamos de vacaciones, para relajarnos un rato en la piscina del hotel, que también tenemos derecho. Mañana cogemos un avión a primera hora para pasar los últimos cuatro días de este viaje en Chicago, ciudad a la que nos morimos de ganas de volver tres años después de nuestra primera visita. Visto así, se podría decir que hemos hecho la Ruta 66 más larga de la historia.
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